jueves, 10 de mayo de 2012

Columnistas 5.0: La monarquía


NIHIL NOVUM SUB SOLE
Por David López Sandoval, IES Los Cantos (Bullas)
La verdad es que, si bien las noticias sobre el cazador de elefantes no me han sorprendido, he de confesar que este artículo me ha pillado algo a contrapié. Yo pensaba venir aquí a hablar de sexo inseguro entre adolescentes, aprovechando que hace unos meses salió un estudio donde se demostraba que los embarazos no deseados iban en aumento a pesar de las toneladas de información con que os machacan a diario. Sin embargo eso que los periodistas llaman un poco cursimente “la rabiosa actualidad” ha querido que al final hablase de caza insegura, y yo lo primero que he hecho es aplicar el adagio del Eclesiastés (1, 9), nihil novum sub sole, -nada nuevo bajo el sol-, que pensaba introducir en el tema del sexo juvenil, al “real” episodio en cuestión.
Así que, lo dicho: nihil novum sub sole, o, en este caso, nihil novum sub monarchia. Porque quien haya leído acerca del suceso observará que la cosa no es nueva, de hecho forma parte de una larga tradición que Don Juan Carlos I sigue fielmente desde hace décadas. Pero es curioso cómo la frase no solo ilustra una costumbre personal del rey, sino, al parecer, un hábito de familia que se remonta a su antepasado Carlos III. Eso si atendemos al dudoso deporte cinegético, porque si nos centramos en el otro aspecto del tema -Corina zu Sayn Wittgenstein, su acompañante en estos safaris “de Estado”, y la relación que al parecer une a ambos-, las coincidencias familiares se vuelven asombrosas. A nadie mínimamente informado escapa el hecho de que la afición por el bello sexo y por las aventuras extramatrimoniales -con todo lo que el prefijo “extra” acarrea- también es una constante muy, pero que muy borbónica.
Sin embargo todo esto no son más que olas en la superficie del agua que dejan inalterables los fondos marinos. En realidad no me interesa que habléis de elefantes, de amiguitas reales o incluso de yernos de vida disipada ynietos aficionados al “autotiro” al blanco; a no ser, claro está, que tratéis dichos temas como lo que realmente son: meras anécdotas. A mí lo que me gustaría leer, con lo que me gustaría colocarme en un buen artículo de opinión de entre quinientas y ochocientas palabras es con algo de esa droga dura que los principales medios de comunicación, siempre tan independientes e imparciales con la realeza, han olvidado durante estos últimos días.
A saber:
¿Es la monarquía española garante de la unidad nacional o una antigualla y un pozo sin fondo por donde se liquidan millones de euros del presupuesto estatal?
¿De dónde proviene nuestro rey y hacia dónde se dirige? ¿Es cierto aquello de que fue quien trajo la democracia a España o, por el contrario, es una rémora del franquismo?
¿Es útil un jefe de Estado -Don Juan Carlos- que reina pero no gobierna, que ostenta simbólicamente el cetro del poder ejecutivo en un país donde la separación de poderes parece que es un mito?
¿Estaríais dispuestos a convertiros en vates, en adivinos, y a arriesgaros a leer la mano de la monarquía española, dar un veredicto sobre su futuro?
¿Estaríais dispuestos a ser valientes y responsables con los criterios que oséis plasmar en vuestros artículos, y a mojaros reflexionando sobre qué forma de Estado nos vendría mejor en estos momentos: monarquía o república?
Muchas cuestiones que espero os ayuden a centrar vuestros textos. El tema es complicado, lo sé, y mientras escribo, me pregunto si no habría sido mejor hablar de ligues de una noche, uso de condones y pastillas del día después; al fin y al cabo eso es algo que os toca más de cerca. Pero supongo que al final me he decantado por mandar a tomar por saco mi sentido de realismo y abrazar el idealista tópico periodístico que dice que hay que saber distinguir entre lo interesante y lo importante.
Y, qué diablos, además nunca es demasiado pronto para conocer qué piensan aquellos que, como vosotros, dentro de diez o veinte años tendrán en sus manos la posibilidad de cambiarlo todo, de no cambiar nada o de cambiar algo, ay, para que todo siga igual.

FECHA DE ENTREGA: LUNES 14 DE MAYO

miércoles, 18 de abril de 2012

Columnistas 5.0: La felicidad



EL MÁS FELIZ CONGRESO QUE VIERON LOS SIGLOS

Hay quien para ser feliz sólo quiere un camión. La mayoría de la gente, me temo, no es tan fácil de satisfacer. Tal vez por eso la pasada semana se ha celebrado en Madrid un congreso internacional sobre la felicidad. Sí, ya lo sé, repito, y más despacio. Un congreso. Internacional. Sobre la felicidad. En Madrid. Con la que está cayendo. Pero, podrá preguntarse alguien, ¿quién se atreve a organizar algo así precisamente cuando estamos como estamos? ¿Por qué y para qué lo ha hecho? Porque poner en marcha toda esta parafernalia de discursos, conferencias de eminentes expertos, mesas redondas repletas de prestigiosos figurones, testimonios personales de gente traídaex profeso para la ocasión desde la otra punta del mundo, todo esto, digo, debe de ser muy costoso en todos los sentidos de la palabra, el de la pasta gansa en primer lugar. Y si el tinglado se hubiese montado para reunir a los mejores cerebros del mundo con el objeto de encontrar, pongamos por caso, el cuerpo incorrupto de algún político vivo, todavía. Pero para hablar sobre la felicidad, caramba, si basta con teclear la palabrita en un buscador y, plin, nos aparecen miles de citas célebres de sabios (desde Sócrates hasta Jorge Bucay), decenas de miles de entradas de todo tipo, la biblia en pasta, vaya, sobre el dichoso concepto, sueño, mito, quimera, leyenda, utopía o lo que quiera que sea la cosa.
Pero, en fin, el hecho está consumado. Si lo consideramos delito,  ya está cometido; si obra de misericordia, pues también cometida está. Si nos interesa arrojar algo de luz sobre ello, toca ahora analizar la escena del milagro, o del crimen, buscar y recoger evidencias (huellas, colillas, latas vacías, muchísimas latas llenas), que nos permitan esclarecer el caso. Para ello podemos, como en las novelas y las películas policíacas, prestar atención a las declaraciones de los allí presentes. Las estrellas del congreso resultan ser dos verdaderos gurús de esto de sacar la viga de la infelicidad  del ojo ajeno: el periodista catalán Eduardo Punset y el psiquiatra Luis Rojas Marcos. Punset, director del congreso, leyó un discurso de apertura cuajado de frases lapidarias,  prodigiosas (aunque no sé si felices) por estar llenas de sentido común y, a la vez, vacías de significado concreto: “La felicidad es más si se comparte”. “La felicidad es la ausencia de miedo”. “Hay vida antes de la muerte”. “Las razones verdaderas de la felicidad están en todas partes”. Por su parte, Rojas Marcos centró su conferencia en el análisis de los que él llama protectores de la felicidad: hacer ejercicio físico, cuidar la autoestima, ser positivo, mostrar capacidad de adaptación ante los cambios, estar de buen humor y, sobre todo, hablar, hablar mucho. De hecho, aseguró,  la mujer española vive más por su proverbial incapacidad para el silencio.
Lo más interesante del congreso han sido, sin embargo, los testimonios personales. Como el de sor Lucía Caram, una monja contemplativa y argentina que necesitó cinco años de clausura, silencio y soledad (horror, sin protectores de la felicidad) para convertirse, según sus propias palabras, en monja cojonera, denunciante de todo tipo de injusticia social. En la actualidad se considera expropiada para los demás y se entrega a una desatada hiperactividad social al frente de una fundación catalana que da de comer a víctimas de la crisis. Otro testimonio, el más sorprendente quizás, ha sido el de un ex genetista francés, Matthieu Ricard,  metido a monje budista. Y a conejillo de indias, pues el buen hombre se prestó voluntariamente a ser sometido por médicos de Wisconsin a todo tipo de escáneres, resonancias y demás perrerías electromagnéticas, como resultado de las cuales fue honrado, digo yo, con el título de hombre más feliz del mundo. Propone el monje la práctica de la meditación como panacea de la salud y el conocimiento. Sin embargo, la vida contemplativa, amén de ser vocacional, ha de tener períodos vacacionales, y en ellos se dedica (como Punset y Rojas Marcos) a escribir libros, a presentarlos por todo el mundo y a participar en congresos internacionales.
Y hasta aquí las declaraciones más significativas. Ahora os toca a vosotros proseguir con la investigación. No sabemos aún quién está detrás de todo esto, ni por qué ni para qué está detrás. Os sugiero que sigáis la pista de las latas vacías y llenas y os inspiréis en la famosa frase de El padrino: “No es nada personal, sólo son negocios”. Por no saber, ni siquiera sabemos si ha habido delito, piadoso acto filantrópico, ambas cosas o ninguna de las dos. Es vuestro criterio el que cuenta ahora para reflexionar, en serio o en broma, como gustéis, sobre la felicidad y lo que la rodea.
Antonio Guirado Gabarrón es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Los Cantos de Bullas.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Nuevo artículo para Columnistas 5.0

LAS ILUSIONES PERDIDAS
(Maricruz Gallego - Profesora del IES Mar Menor de San Javier)

Hace poco veía por la televisión “Fuga de cerebros”, típico especial de Callejeros donde, en mitad de un discurso entre sensibloide y melodramático, nos desvelaban algo que ya todos sabemos: este país es una auténtica ruina y la que llaman “la generación más preparada de la historia” (entre comillas) parece que no tiene otra salida que no sea la de escapar en busca de un futuro mejor.
Creo que cambié el canal de televisión tan rápido como me fue posible. No lo recuerdo demasiado bien;  de lo que sí me acuerdo es de una imagen que, unos días después, llamó mi atención: era la foto de una chica con la cara aplastada por la policía. La instantánea fue portada de casi todos los periódicos nacionales. Y yo no pude menos que sentir ternura hacia ella. Era algo así como aquella portada con un hombre debajo de su sombrilla naranja en mitad de la destrucción. Sólo que, en vez de estar cómodamente sentada, la chica tenía la cara aplastada.
La verdad es que no sé si la joven tiene razón o no o si alguien la ha manipulado para estar ahí. Sólo sé que me gusta; porque alguien como ella, en la calle, puede aprender algo. El problema está en que la chica salga a que le aplasten la cara sólo cada cuatro años o cuando toque. Es decir, dependiendo de qué color tenga la solapa de los que gobiernan o dependiendo de qué bandera presida la revuelta. Porque mientras tanto, y eso sí que lo tengo muy claro, los de arriba estarán lapidándole el futuro.
Así que, mientras que su rostro me inspiraba ternura, otro sentimiento se apoderó de mí: rabia. Rabia hacia todos los que han hecho que su protesta se quede sólo en el pataleo; rabia por aquellos que no le hemos dado las suficientes herramientas a ella y a otros que son como ella, para que el valor de su cara ensangrentada sirvieran para algo. Y no me refiero a cócteles molotov, sino a cómo les hemos estafado:  en casa, en la calle, en el instituto o en la universidad. El pataleo y la protesta no sirven de nada si no hay detrás nadie le haya hecho cultivar ese espíritu crítico que sólo se consigue con unos pocos pero doctos* libros juntos. Sí, para luego salir a la calle y quizás, estampárselos a la cara a toda esta generación de políticos (de un color u otro), de banqueros, de organizaciones sindicales, de profesores, que le han desbaratado el futuro.
Y mientras meditaba todo esto, pensé que ojalá esta chica tenga también valor el día de mañana y se quede aquí para levantar este país de lo poco que dejen de él una vez lo hayan destrozado. Que no protagonice otro especial de Callejeros.
 Aunque, siendo sincera, si yo tuviera veinte años, después de estamparles esos libros en la cara, de mí no veíais ni el polvo. El del Correcaminos cuando echa a correr en busca de algo mejor.
*Doctos: sabios, más allá del conocimiento común.

FECHA DE ENTREGA JUEVES 22 DE MARZO

miércoles, 22 de febrero de 2012

domingo, 19 de febrero de 2012

Columnistas: Dopaje.


"Algo huele a podrido en el deporte" por David López Sandoval (Profesor del IES Los Cantos de Bullas).  

Cómo está el patio nacional. Ahora resulta que los franceses van de graciosos y ponen en duda la honorabilidad de algunos deportistas españoles. La condena a Contador les ha elevado los índices de chovinismo hasta cotas exageradas. Hay quien dice que eso es lo que tiene ser gabacho y no haber ganado ni una medalla de plástico siquiera desde que Dios se puso a descansar el séptimo día. Ahora bien, tampoco vayamos nosotros de listillos por la vida. Ellos se han pasado, sí, pero no me negaréis que la reacción patria ha estado a la altura de la bromita de los guiñoles. Cada vez que en alguna tertulia he oído eso de que nos tienen envidia, no he podido evitar los temblores de la muerte, y no solo por los tertulianos, sino por el impostado gesto patriotero que parece haber calado con inusitada fortuna en esta nuestra discutida y discutible nación.
Porque aquí lo importante no es que se atente contra nuestro honor o que los franchutes hayan actuado como lo que son: franchutes. Aquí lo que tiene miga es que una vez más ni dios se atreva a tratar el tema con valentía. Esto del dopaje es un cachondeo. Y, como muestra, los botones que os dejo para que reflexionéis sobre el tema.
Por un lado resulta que el deporte, tal y como lo resucitó el Barón de Coubertin en aquellos primeros Juegos Olímpicos de 1896 (recordad el lema -un pelín nazi, todo hay que decirlo- de “citius, altius, fortius), ha tomado el sentido originario de la palabra “competición” y le ha metido tal chute de anfetaminas -nunca mejor dicho- que lo ha convertido en algo semejante al reto individual del deportista de ser más rápido, más alto y más fuerte, no que los demás, sino que él mismo. Esta obsesión de las plusmarcas y de los récords no existía en las almas de los inventores del deporte, los griegos, quienes siempre competían con un rival y sabían que el desafío debía empezar y acabar en la palestra o en la pista de carreras. Si a eso le añadimos el tinglado que, desde hace décadas, se ha montado en torno a ciertos espectáculos deportivos, y que estos han terminado moviendo una pasta gansa gracias a nuestra querencia por el pan y el circo, ¿la cosa no estaría clara?: el dopaje existe porque el deporte actual -y el negocio que le acompaña- siempre exige más del deportista.
Pero, por otro lado, aquí hay un pequeño problema: todos, incluidos los deportistas, somos un atajo de mortales que tenemos, ay, un tope. Por lo tanto, ¿no habría aquí una contradicción del mismo sistema? Claro, pensaréis, hay unas reglas que todos tienen que cumplir. Y un servidor está de acuerdo. Pero, ¿por qué diablos desde pequeñito, cuando tu papi o tu mami te llevaron a aquel partido donde había un ojeador del Barça, o cuando, en vez de regalarte un osito de peluche, te pusieron una raqueta en la mano y te martirizaron con sesiones de entrenamiento de seis horas diarias, te han pedido que te dejaras la vida para progresar en tus marcas, para ganar cada vez más torneos, para superarte, y ahora te escatiman lo único que, al tocar techo, te puede ayudar a seguir adelante?
Aunque en realidad, si lo del dopaje tiene guasa no es por este moderno concepto del deporte o por la contradicción que acarrea -aspectos ambos que parece favorecer a veces el mismo dopaje- sino porque desde hace tiempo se ha convertido en un recurso muy utilizado por ciertos poderes para sacar tajada. Es un secreto a voces que en el deporte de competición las agujas y los complementos vitamínicos dudosos están a la orden del día, y que solo trasciende una mínima parte de los casos que en realidad existen. Las preguntas que un servidor se plantea entonces son: ¿por qué nos enteramos de unos pocos?, ¿qué es lo que tienen esos casos que llegan a la luz pública que no posean los demás que permanecen en la oscuridad de los entrenamientos?, ¿a qué intereses sirven? Si hacemos un repaso de la historia reciente, las acusaciones de doping se han sucedido potenciadas siempre por medios de comunicación que han convertido a los implicados en auténticos yonquis -recuérdese la Operación Puerto-, o por dudosos intereses -incluidos los políticos- que han intentado arruinar la carrera de algún deportista -véase el caso de Marta Domínguez-. ¿Es el dopaje un aspecto más de esa gran masa informe a la que solemos llamar hipocresía social? ¿Es una simple excusa? ¿Es un arma que el poder controla y administra  a su antojo?
Yo no sé a vosotros, pero a mí los guiñoles franceses no me parecen especialmente importantes, sino un síntoma más de que aquí algo huele a podrido.

martes, 24 de enero de 2012

Columnistas: Piratería

Podéis entrar en la web de Columnistas 5.0 en este enlace. 

Texto de muestra:

¿Barbanegra o Robin Hood?
(Basilio Pujante Cascales)

En los siglos XVI y XVII los barcos españoles cruzaban el Atlántico con las bodegas llenas de riquezas. Volvían a la metrópoli con el botín que el ubérrimo continente americano ofrecía a los conquistadores y que se convertía, por derecho, en fondos para pagar a la soldadesca que el Imperio tenía repartida por los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, esos pesados galeones españoles sufrían a menudo los ataques de otras embarcaciones más rápidas que querían apropiarse, sin importarles si para ello se derramaba sangre inocente, del oro que los españoles esquilmaban de América. Estos bandidos del mar, gente dura y sin compasión que vivía en el margen de la ley, ha recibido a lo largo de los siglos nombres como los de bucaneros, filibusteros o corsarios, pero son universalmente conocidos por piratas.
            Este término, recluido durante décadas a los carteles de las películas de Hollywood, resurgió con fuerza hace unos pocos años para designar a aquellas personas que se dedicaban a hacer un uso ilícito de datos ajenos a través de Internet. La propia palabra, tan del gusto de la prensa, los igualaba a aquellos forajidos, como Francis Drake o Barbanegra, que hace unos siglos atacaban y robaban sin piedad a los barcos que cruzaban el Atlántico. Los piratas del siglo XXI se dedican, según sus detractores, a lucrarse con las descargas ilegales de películas o discos de música. Han conseguido, desde este punto de vista, que los artistas pierdan millones de euros que les corresponden por ser ellos los autores.
            Sin embargo, no todos están de acuerdo con esta visión del problema. Existen muchos internautas que consideran que lo que hacen los responsables de las webs de descargas es, simplemente, facilitar un intercambio de archivos entre un usuario y otro. Además, no cobran por ello, sino que ganan dinero por la publicidad que insertan en sus páginas. Desde esta perspectiva, los llamados piratas serían más bien como Robin Hood, ya que les quitan a los ricos (las grandes compañías discográficas y las productoras de cine) para dárselo al ciudadano de a pie.
            En algunos países esta cultura “hacker” está muy arraigada y muchos ciudadanos se han unido para defender lo que ellos llaman libertad de intercambio de ficheros. Este sería el caso del Partido Pirata (otra vez esta palabra), que ha conseguido dos escaños por Suecia en las elecciones al Parlamento Europeo. O el de Anonymus, un grupo heterogéneo de “hackers” que lanza periódicos ataques a webs institucionales para defender la libertad en Internet.
            Estas dos perspectivas, la de Barbanegra y la de Robin Hood, se han ejemplificado en la última semana en un orondo personaje que ha saltado a la primera plana de los medios de comunicación: Kim Dotcom. Este alemán de 38 años es uno de los dueños de la web de descargas Megaupload y ha sido detenido en Nueva Zelanda por orden del FBI. Para las autoridades norteamericanas y para las grandes compañías, Kim es un moderno pirata, un bucanero digital que se ha hecho rico (hemos visto en la prensa sus coches de lujo y su mansión) robando a los artistas. Para muchos internautas, este alemán no es más que un nuevo Robin Hood que ha ayudado a difundir la cultura a través de Internet.
            ¿Y para ti? ¿Los dueños de las webs de descargas son delincuentes a los que hay que arrestar o empresarios que ofrecen un servicio lícito? La cultura, ¿pertenece al autor (noción que no nace hasta el Renacimiento)  o es un bien al que debe poder acceder todo el mundo? Para dar tu opinión sobre las descargas en Internet no pienses sólo en tu experiencia personal. Ponte en la piel de aquellos músicos o cineastas noveles que ven que sus proyectos son deficitarios; piensa también en aquellos chicos de tu edad que no tienen el dinero suficiente para comprar el último disco de su grupo preferido o el DVD de la película de los actores de moda. Aquí te dejo algunos enlaces para que conozcas en profundidad las distintas posturas sobre este polémico asunto.

Entrevista a David Bravo (abogado experto en Derecho Informático) sobre la Ley Sinde:
Perfil en El País de Kim Dotocom:
Músicos famosos se manifiestan en contra de las descargas:
Reportaje sobre Anonymous: